Hablemos de dulces típicos.
No nos vamos a engañar: cuando escuchamos hablar de “dulces típicos”, a la mayoría de los mortales no se nos hace la boca agua precisamente. Nos imaginamos algún sustantivo absurdo en diminutivo seguido del nombre de un santo que nadie tiene claro quién es: canutillos de San Bernabé, pelotillas de santa Eustaquia, pezoncitos de sor Saturnina… Son nombres inventados, por supuesto, que no queremos que nadie en concreto se dé por aludido, pero bien podrían ser reales, y por supuesto, serían una masa pringosa y frita capaz de provocar un empacho durante días.
Esto deriva de un tiempo en el que la tradición cristiana exigía evitar la ingesta de carne haciendo que aumentase el consumo de harinas y huevos, con los que, por otra parte, se preparaban dulces para celebrar la resurrección de Jesucristo. Sí, esos dulces que ves y piensas “madre mía, si con esto quieres celebrar algo, no quiero pensar cómo son tus castigos…”.
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